La Sangre y el Pan de la Bendición
PREDICACIÓN EL 15 DE DICIEMBRE DE 2024:
Pastor Antonio Russo
LA SANGRE Y EL PAN DE LA BENDICIÓN
En este servicio de adoración, nos hemos preparado para celebrar "la Cena del Señor", un momento sobrenatural que proclama la victoria de Cristo y Su sacrificio en la cruz, un acto de fe que el enemigo no puede resistir. Al acercarnos a Su mesa, desatando la guerra espiritual contra las tinieblas, debemos estar determinados y vigilantes, luchando con firmeza para ver la gloria de Dios en nuestras vidas. "Orar en lenguas" es una de las armas más poderosas contra el enemigo porque nos alinea con la voluntad de Dios y nos fortalece para resistir sus ataques. Del mismo modo, "la alabanza y la adoración" son armas espirituales eficaces que el diablo no soporta, porque declaran la soberanía de Dios sobre toda circunstancia y nos abren a Su presencia. En esta época del año, mientras el mundo celebra el nacimiento de Jesús, debemos recordar que lo que realmente importa es la certeza de que Él vino al mundo, trayendo esperanza, fortaleza y salvación. La alabanza y la adoración son particularmente significativas en esta temporada porque nos ayudan a superar recuerdos dolorosos y a llenar el vacío dejado por la ausencia de seres queridos. Estos pensamientos pueden llevarnos a la tristeza y la depresión, pero no debemos permitir que influyan en nuestra mente, porque la Biblia nos exhorta a consolarnos con estas palabras.
Salmos 34:1; 1 BENDECIRÉ á Jehová en todo tiempo; Su alabanza será siempre en mi boca.
Nuestra alabanza no debe depender de las circunstancias, sino que debe ser una expresión de nuestro amor por Dios, quien es fiel y maravilloso. Por eso, ahora queremos abordar un tema crucial: “las relaciones,” porque Dios desea sanar las relaciones dentro de las familias, entre esposo y esposa, entre padres e hijos, y también en el cuerpo de Cristo. La familia, que debería ser el lugar de mayor bendición, a menudo se convierte en un campo de batalla donde se acumulan conflictos y divisiones. A veces, pequeñas situaciones no resueltas, como “las pequeñas zorras que arruinan las viñas” (Cantar de los Cantares 2:15), construyen muros de separación e impiden ver la belleza en la vida de los demás. Sin embargo, Dios quiere derribar esos muros y traer milagros a nuestras relaciones. Pero también debemos estar dispuestos a permitir que Dios nos transforme a nosotros mismos, porque a menudo pensamos que son los demás quienes deben cambiar. Para comprender la profundidad de la Cena del Señor, leamos una escritura de la Primera Carta a los Corintios, donde el apóstol Pablo escribe:
1Corintios 11:23-26; 23 Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fué entregado, tomó pan; 24 Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria de mí. 25 Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre: haced esto todas las veces que bebiereis, en memoria de mí. 26 Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga.
Aunque no participó en la Última Cena, el apóstol Pablo recibió esta verdad directamente del Señor como una revelación sobrenatural, aproximadamente ocho años después de la muerte y resurrección de Jesús. Además, destaca la importancia de este acto, diciendo que la Cena del Señor es un memorial porque el pan y el cáliz nos recuerdan el sacrificio de Cristo en la cruz y nos proyectan hacia el futuro, cuando Él regresará en Su gloria. Jesús celebró la Cena “en la noche en que fue traicionado,” un detalle importante porque la traición provoca un dolor profundo, destruye la confianza y hiere el alma. Sin embargo, Él no se dejó vencer por la traición, sino que respondió a la deslealtad con fidelidad, a la maldición con bendición y al dolor con el pacto eterno. El pan partido representa Su cuerpo entregado por nosotros, y el cáliz representa Su sangre, que sella el nuevo pacto. Como se declara en 1Corintios 10:16, el cáliz es llamado “el cáliz de bendición” porque representa la comunión con la sangre de Cristo, mientras que el pan partido representa “la comunión con Su cuerpo.” Estos símbolos, el pan y el vino, se convierten en instrumentos de bendición espiritual, llevándonos a reflexionar sobre el sacrificio de Jesús y su significado transformador. Al participar del cáliz, somos redimidos por la sangre de Jesús, que no solo cubre los pecados, sino que los borra completamente, haciéndonos nuevas criaturas en Cristo; no se trata de una simple restauración, sino de una transformación total y radical. ¿Quieres saber cuál es nuestro valor y el valor de la sangre de Jesús? Nuestro valor es inmenso: Dios determinó que valemos el precio de la sangre de Su Hijo, con la cual hemos sido lavados. A través del pan y el cáliz, no solo recordamos el sacrificio de Cristo, sino que participamos en la unidad de Su cuerpo, la Iglesia, una unidad que atrae las bendiciones abundantes de Dios, quien se deleita en la unidad. Esta realidad está bellamente expresada en los Salmos, donde la unidad se describe como algo bueno, precioso y agradable:
Salmos 133:1-3; 1 ¡MIRAD cuán bueno y cuán delicioso es Habitar los hermanos igualmente en uno! 2 Es como el buen óleo sobre la cabeza, El cual desciende sobre la barba, La barba de Aarón, Y que baja hasta el borde de sus vestiduras; 3 Como el rocío de Hermón, Que desciende sobre los montes de Sión: Porque allí envía Jehová bendición, Y vida eterna.
La imagen del aceite que fluye desde la cabeza hasta el borde de las vestiduras subraya la naturaleza completa de la bendición de Dios, que desciende a cada parte del cuerpo. Además, el Salmo afirma que Dios ha establecido la vida eterna y Su bendición precisamente en la unidad, mientras que la división, por el contrario, no trae ninguna bendición. Este principio se conecta directamente con las palabras de Jesús.
Juan 17:21; 21 Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste.
Por lo tanto, la unidad es esencial para que el mundo crea en el mensaje del Evangelio, pero no se trata solo de nosotros como creyentes, sino que se basa en ser “uno en Cristo.” Para lograrlo, debemos "morir a nosotros mismos," a nuestros pensamientos, ambiciones y deseos, permitiendo que Cristo crezca dentro de nosotros, como declaró Juan el Bautista: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya.” Volviendo al apóstol Pablo, él concluye su enseñanza sobre la Cena del Señor con una clara exhortación al “examen de uno mismo.” En 1Corintios 11:28, leemos: “Por tanto, examínese cada uno a sí mismo,” lo que significa reflexionar sobre nuestro caminar espiritual, nuestras acciones y nuestras palabras. No debemos juzgar a los demás, sino evaluarnos a nosotros mismos: ¿Somos una fuente de bendición para nuestros hermanos y hermanas? Participar en la Cena del Señor con un corazón sincero requiere un autoexamen honesto, porque el "pan de bendición" no solo se trata de la comunión con Cristo, sino también de lo que confesamos con nuestra boca. Pablo advierte que quien participa de la Cena de manera superficial o indigna se priva de la lluvia de bendiciones que Dios desea derramar y corre el riesgo de enfrentar tristes consecuencias:
1Corintios 11:30; 30 Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros; y muchos duermen.
En este versículo, Pablo no habla de una muerte prematura inevitable, sino de una consecuencia directa de la superficialidad y de la falta de discernimiento del cuerpo y la sangre del Señor. La falta de respeto y seriedad hacia la Cena del Señor trae juicio sobre uno mismo e impide vivir en bendición, destacando claramente la importancia de la obediencia y la santidad. A menudo, se asocia la maldición solo con prácticas ocultas, como la magia y la brujería, pero la desobediencia y la rebelión se comparan con la brujería misma, como nos enseña el profeta Samuel, quien afirma que Dios requiere un corazón obediente más que sacrificios y rituales externos. El apóstol Pedro nos ofrece una clara exhortación con respecto a la vida comunitaria.
1Pedro 3:8-12; 8 Y finalmente, sed todos de un mismo corazón, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; 9 No volviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino antes por el contrario, bendiciendo; sabiendo que vosotros sois llamados para que poseáis bendición en herencia. 10 Porque El que quiere amar la vida, Y ver días buenos, Refrene su lengua de mal, Y sus labios no hablen engaño; 11 Apártase del mal, y haga bien; Busque la paz, y sígala. 12 Porque los ojos del Señor están sobre los justos, Y sus oídos atentos á sus oraciones: Pero el rostro del Señor está sobre aquellos que hacen mal.
Estos versículos nos animan a vivir en armonía, dejando a un lado el egoísmo y cultivando el amor fraternal, la compasión, la humildad y la bondad. Nos invitan a responder al mal con el bien y a bendecir a quienes nos ofenden, porque estamos llamados a hacerlo para heredar la bendición. La verdadera bendición, según Pedro, nace de la obediencia a Dios, de refrenar la lengua del mal, hacer el bien y buscar la paz, porque Dios escucha a los justos y se opone a los malvados, enseñándonos que una vida que honra Su Palabra conduce a bendiciones duraderas. El apóstol Santiago aborda un tema crucial en el capítulo 3 de su carta, advirtiendo sobre el uso indebido de la lengua. Afirma que quienes desean enseñar recibirán un juicio más severo, porque las palabras tienen un poder inmenso. La lengua se compara con el freno en la boca de los caballos y con el timón de un barco: aunque pequeña, controla y guía todo el cuerpo. De manera similar, una sola palabra equivocada, como una chispa, puede incendiar un bosque entero y causar destrucción. La capacidad de domar la lengua es fundamental para guiar nuestras vidas hacia la bendición. Santiago enseña que quien no tropieza en lo que dice es una persona perfecta y madura, capaz de controlarse a sí misma y a todo su cuerpo. Si se usa mal, la lengua puede traer maldición y ruina; si se controla y se usa con sabiduría, puede traer bendición y vida. Así, Santiago, Pedro y Pablo hablan del mismo principio: el poder de la lengua. Santiago enseña que la plena bendición está reservada para quienes, aunque no sean perfectos, aprenden a dominar sus palabras. Refrenar la lengua demuestra amor propio y el deseo de una vida larga y bendecida, como Moisés, que murió a los 120 años con fuerza y vista intactas, o Abraham, quien despidió la vida con alegría. Para vivir de esta manera, debemos crecer en madurez espiritual y controlar nuestra lengua. El apóstol Pablo nos exhorta a no juzgar nada antes del tiempo señalado, porque el juicio pertenece a Dios. Él es el Dios de toda esperanza y renueva Su misericordia cada día. Por eso, declaramos con fe: “¡2025 será el mejor año de mi vida!”, confiados en que Dios reservará nuevas bendiciones para quienes controlen su lengua, actúen con madurez y caminen en Su voluntad. Santiago plantea una pregunta crucial: ¿Podemos refrenar la lengua del mal y heredar la bendición? La respuesta es sí, y nos ofrece tres valiosos consejos para lograrlo:
El primer consejo es: “Escucha bien antes de hablar.”
Santiago 1:19; 19 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oir, tardío para hablar, tardío para airarse:
Dios nos ha dado dos oídos y una boca: debemos escuchar el doble de lo que hablamos, porque estar dispuestos a escuchar y ser lentos para hablar también nos ayuda a ser lentos para la ira, evitando reacciones impulsivas. A menudo, interpretamos mal lo que se dice, sacando conclusiones precipitadas o juzgando con prejuicios sin escuchar con atención, y esta actitud arruina las relaciones y obstaculiza la comprensión mutua.
Proverbios 18:13; 13 El que responde palabra antes de oir, Le es fatuidad y oprobio.
No debemos responder sin haber comprendido, porque esto revela inmadurez y falta de sabiduría. Incluso Pedro, antes de su madurez, malinterpretó las palabras de Jesús simplemente porque no había escuchado con atención.
Juan 21:22; 22 Dícele Jesús: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué á tí? Sígueme tú.
Así que Pedro malinterpretó, y como resultado, se difundió un mensaje equivocado entre los hermanos.
El segundo consejo es: “Habla con dulzura.”
Las palabras pueden herir como espadas o traer sanidad; por eso debemos recordar que quienes nos escuchan son personas preciosas, creadas a imagen y semejanza de Dios, purificadas por la sangre de Jesús y dignas de respeto y amor.
Proverbios 15:1; 1 LA blanda respuesta quita la ira: Mas la palabra áspera hace subir el furor.
Esto nos invita a responder con amabilidad, incluso en situaciones difíciles, para que nuestras palabras puedan traer sanidad y no causar daño.
Proverbios 12:18; 18 Hay quienes hablan como dando estocadas de espada: Mas la lengua de los sabios es medicina.
Debemos reflexionar antes de hablar, porque es esencial que nuestras palabras estén conectadas a nuestro corazón y a la Palabra de Dios, para edificar y alentar a quienes nos escuchan, como nos exhorta a hacer el Apóstol Pablo.
Efesios 4:29; 29 Ninguna palabra torpe salga de vuestra boca, sino la que sea buena para edificación, para que dé gracia á los oyentes.
Las palabras deben nutrir y construir confianza, no destruir, porque quienes reciben palabras inoportunas pueden sentirse heridos, como ocurre en el caso de un diagnóstico difícil agravado por palabras negativas. Sin embargo, Cristo, autor de la vida, nos llama a hablar palabras de salud, paz y esperanza.
Proverbios 10:11 nos recuerda que "la boca del justo es una fuente de vida," y Proverbios 10:21 agrega: "Los labios del justo nutren a muchos." Elijamos ser instrumentos de vida y no de muerte, hablando con sabiduría y amor para glorificar a Dios y bendecir al prójimo.
El tercer consejo es: “Cuando contemos algo, no añadamos detalles innecesarios.”
¿Saben lo que nos dijo Jesús? “Que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no; lo demás viene del maligno.” Cada vez que añadimos algo, corremos el riesgo de ser inspirados por el maligno, no por el Espíritu Santo. Pensemos en el boca a boca: una historia comienza con un hermano, llega a otro y luego a otro, cambiando en cada paso, de modo que la persona que escucha la última versión ya no sabrá lo que realmente sucedió al primer hermano. Evitemos añadir o distorsionar, porque nuestras palabras deben traer bendición y no división. Somos el cuerpo de Cristo, y nuestras palabras deben traer bendición a la vida de los hermanos, hermanas y todos los que encontramos, porque las palabras bendecidas pueden hacer la diferencia en nuestra vida y en la de ellos.