Quién va a la iglesia y quién es Iglesia
PREDICACIÓN DEL 08 DE DICIEMBRE DE 2024:
Mentor Antonio Genova
QUIÉN VA A LA IGLESIA Y QUIÉN ES IGLESIA
Introduzcamos el mensaje con un verso de ánimo que debería resonar profundamente en nuestra mente y corazón, y es un placer compartirlo.
Romanos 8:28; 28 Y sabemos que á los que á Dios aman, todas las cosas les ayudan á bien, es á saber, á los que conforme al propósito son llamados.
Este verso nos anima a recordar que, sea cual sea la circunstancia que estemos viviendo dificultad, confusión o dolor podemos tener la certeza de que todas las cosas, sin excepción, cooperan para nuestro bien si amamos a Dios. Cuando nos acercamos a la Palabra de Dios, lo hacemos con respeto y reverencia, ya que la Palabra es Jesús mismo:
Juan 1:14; 14 Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; …
La Palabra es estable, inmutable y verdadera, y recibirla y compartirla es tanto un privilegio como una responsabilidad, porque cuando hablamos no somos nosotros los que actuamos, sino Dios, quien debe crecer en nosotros mientras nos disminuimos. La Iglesia no es un edificio físico, sino el pueblo de Dios, como dijo Jesús:
Mateo 18:20; 20 Porque donde están dos ó tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos.
Iglesia significa "llamados fuera", y es una institución divina con tres aspectos principales:
1. Ancla de salvación: para los perdidos, para aquellos que no tienen respuestas y están afligidos, oprimidos o enfermos.
2. Hospital espiritual: para los nacidos de nuevo, donde se ofrece cuidado a través de reuniones, clases de estudio y guía en el crecimiento espiritual.
3. Cuartel: para quienes llevan tiempo en la fe, un lugar de entrenamiento y servicio para aquellos que han comprendido su rol en el cuerpo de Cristo.
El mensaje que vamos a compartir, titulado "Quién Va a la Iglesia y Quién Es Iglesia", distingue entre dos realidades: los que van a la iglesia a menudo no se integran en el cuerpo de Cristo, mientras que los que son Iglesia viven como parte del sacrificio glorioso de Jesús. Ser Iglesia significa estar enamorado de Cristo, comprender Su sacrificio y vivir para Él cada día. El mayor problema para un creyente es no enamorarse de Jesús, porque el amor por Cristo nos da la fuerza para continuar nuestro camino hacia el supremo llamamiento al que Dios nos ha llamado, sin vacilar. Si no lo estamos, podemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a enamorarnos de Jesús y a comprender Su sacrificio, que fue el medio para nuestra salvación. Jesús nos amó primero; a pesar de nuestros pecados, eligió amarnos, y por eso Lo amamos. Nuestra relación con Él debe ser diaria, como la de un enamorado que siempre desea estar con su amado. El amor por Cristo nos hace parte de Su cuerpo, impulsándonos a servirle con pasión y dedicación. Los que comprenden el sacrificio de Jesús viven una vida transformada, dispuestos a hacer "locuras" por el cuerpo de Cristo. Cuando Jesús fue crucificado, ocurrió algo extraordinario: siendo el día de la preparación judía, los judíos pidieron a Pilato que acelerara la muerte de los crucificados rompiéndoles las piernas, para que los cuerpos no quedaran en las cruces durante el sábado solemne. Los soldados cumplieron la orden para los dos ladrones, pero al llegar a Jesús, Lo encontraron ya muerto. Por lo tanto, no le rompieron las piernas, sino que un soldado perforó Su costado con una lanza, haciendo que saliera sangre y agua, cumpliendo así la Escritura: "Ni uno de Sus huesos será quebrado" (Juan 19:36). Este evento confirma lo que ya se había dicho en Éxodo 12:46, donde Dios ordenaba que el cordero pascual se consumiera sin romper ninguno de sus huesos, una clara referencia al sacrificio perfecto de Cristo. La aparente contradicción entre la integridad del cordero pascual y el cuerpo quebrantado de Cristo encuentra su sentido en Corintios:
1 Corintios 11:24; 24 Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria de mí.
Aquí, Jesús habla simbólicamente de Su cuerpo como la Iglesia, de la cual somos miembros. A través de Su muerte, Él nos ha hecho parte de Sí mismo, llamándonos a ocupar un rol en Su cuerpo. Esta verdad debe llenarnos de alegría, porque ser Iglesia es un honor y una vocación sublime. Ser parte de la Iglesia significa no quedarse en un rol pasivo, sino poner en práctica los dones que Dios nos ha confiado. Cada uno de nosotros ha recibido talentos únicos para descubrir y usar para la gloria de Dios. Si aún no los conocemos, solo necesitamos pedirle al Señor cómo podemos servirle. Retener estos dones equivale a privar al reino de Dios de oportunidades de edificación, porque Él desea que seamos instrumentos activos en Sus manos. En los últimos tiempos, hemos aprendido mucho sobre la alabanza y la adoración, en un tiempo de gloria y avivamiento, donde muchas personas se están rindiendo a Dios. La alabanza y la adoración están transformando nuestra manera de orar, encendiendo un fuego que trae un despertar espiritual. La Iglesia está creciendo, y Dios, como un Padre amoroso, necesita a cada uno de nosotros, guiándonos hacia la madurez espiritual y llamándonos a vivir de manera dinámica y responsable. No podemos permanecer como niños en la fe; somos “piedras vivas” (1 Pedro 2:5), parte de una Iglesia viva donde el Dios resucitado obra activamente. Los que son Iglesia no huyen de la responsabilidad, sino que responden con pasión al llamado de Dios, listos para decir: “¡Señor, aquí estoy!” Ser Iglesia significa servir con alegría y conciencia, incluso frente a los desafíos, recordando que el desánimo y la tristeza no vienen de Dios. Él nos llama a una vida plena, bendecida y centrada en Su plan eterno. Nuestra vocación es vivir para Cristo, con entusiasmo y gratitud, como miembros de Su cuerpo glorioso. Pablo describe a un Jesús profundamente ligado a la Iglesia, tanto que se sacrificó completamente por ella. Reflexionando sobre esto, entendemos que el apóstol no era un ser extraordinario, sino un hombre que había interiorizado la grandeza del amor de Dios. Sin embargo, el enemigo busca distraernos, insinuando que comprometerse con Jesús no es indispensable, haciéndonos olvidar cuán fundamental es Su presencia en nuestra vida. Sin Él, ¿dónde estaríamos hoy? En Efesios 5:22-25, Pablo compara la relación entre Cristo y la Iglesia con la relación entre esposo y esposa, destacando el amor sacrificial de Jesús: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella.” Este amor nos llama a reconocer el valor del sacrificio de Cristo y a no limitar nuestra participación en la Iglesia a buscar consuelo en los momentos difíciles. Él nos amó para santificarnos y hacernos una Iglesia gloriosa, santa y sin mancha; no un edificio, sino un cuerpo de personas redimidas por Su sangre. Ser Iglesia significa amarnos los unos a los otros, siguiendo el ejemplo de Cristo que se entregó por nosotros. Este amor requiere santidad, evidenciada por los frutos del Espíritu, la consagración y la capacidad de perdonar, soportarnos y orar unos por otros. La santidad no implica perfección, sino coherencia en nuestro testimonio, que requiere tiempo para construirse, pero puede perderse en un instante. Jesús mismo advierte: “¡Ay del que haga tropezar a uno de estos pequeños!” (Mateo 18:6), subrayando la importancia de cuidar nuestro testimonio para acercar a otros a Cristo. La Iglesia está formada por personas imperfectas, unidas como miembros de un mismo cuerpo. Cuando una parte sufre o no funciona, todo el cuerpo lo resiente; por eso, cada miembro está llamado a ser activo, contribuyendo a la armonía y al crecimiento común. Dios nos ha dotado de talentos únicos; no solo los líderes o pastores, sino cada creyente tiene algo que ofrecer. Incluso un pequeño don, puesto en las manos de Dios, puede ser multiplicado, como lo demuestra el milagro de los panes y los peces, donde la generosidad de un niño permitió a Jesús alimentar a miles de personas. Servir a Dios requiere responsabilidad y compromiso, sin limitarnos ni quejarnos por la energía que demanda. Ser Iglesia significa pertenecer a un cuerpo vivo, llamado a glorificar a Dios a través de la unidad, la disposición y el testimonio. Cristo nos ha llamado fuera del mundo para formarnos en un entorno seguro, como una “forja espiritual,” donde podemos crecer en Su voluntad y gloria. En este camino, cada creyente tiene un papel precioso e insustituible para edificar el cuerpo de Cristo y llevar adelante Su plan eterno.
Mateo 16:18; 18 Mas yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Esta promesa nos asegura que la Iglesia es invencible y que sumergirnos en ella significa encontrar protección y confianza al servir a Dios, sabiendo que pertenecemos a un cuerpo que no puede ser derrotado. Pedro recibió el encargo de ser Iglesia no por tradiciones humanas ni por roles institucionales, sino por su fe y confesión: “Yo creo que tú eres el Hijo de Dios.” Esta misma confesión nos hace parte de la Iglesia, un lugar de protección y comunión con Dios. No estamos llamados a asistir a la Iglesia por tradición o culpa, sino porque amamos a Dios y deseamos que Él sea el centro de nuestras vidas. La Iglesia es una comunidad viva, no un simple rito o edificio:
Eclesiastés 4:9-10; 9 Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. 10 Porque si cayeren, el uno levantará á su compañero: mas ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.
Estos versículos subrayan la importancia de la comunidad, que refleja el papel del cuerpo de Cristo: orar, apoyarse mutuamente y trabajar juntos en unidad. Jesús mismo deseaba que la Iglesia fuera una, como oró al Padre: “Que todos sean uno.” La unidad es el sello distintivo de la Iglesia y un testimonio poderoso para el mundo, anticipando el regreso de Cristo. Lograr esta unidad requiere sacrificio, como el perdón, la renuncia al orgullo y la búsqueda de la paz. Pablo, en su carta a los Efesios, nos exhorta a vivir dignamente:
Efesios 4:1-3; 1 YO pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados; 2 Con toda humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos á los otros en amor; 3 Solícitos á guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.
Estar unidos es una responsabilidad que refleja el corazón del Padre, quien desea armonía entre Sus hijos. Un ejemplo en la Escritura destaca los peligros de alejarse de la protección divina. En Génesis 34:1-31, Dina, la hija de Jacob, salió para ver a las hijas del país y fue secuestrada y violada, lo que desató tragedias y conflictos en su familia. Este episodio nos recuerda que salir de la protección del cuerpo de Cristo trae consecuencias negativas. La Iglesia es un refugio, un lugar donde crecer en la voluntad de Dios, y al igual que Dina, que debió haberse quedado bajo la protección de Jacob, nosotros también estamos llamados a permanecer en el cuerpo de Cristo. La Iglesia no es solo un lugar de pertenencia, sino una realidad viva y divina que garantiza nuestra protección espiritual y crecimiento; por lo tanto, permanecer en la Iglesia significa vivir en la voluntad de Dios, experimentando Su poder y Su amor. La historia de Dina nos ofrece una advertencia poderosa sobre los peligros de seguir nuestros propios pensamientos y deseos sin la guía de Dios. Dina, probablemente atraída por la idea de explorar el mundo fuera de la protección de su familia, se alejó de la seguridad que tenía bajo el cuidado de su padre. Este acto de rebelión, aunque inicialmente motivado por la curiosidad, la llevó a una tragedia. Su decisión ilustra cómo el mundo, gobernado por el príncipe de este siglo, el diablo, está lleno de trampas, y cómo, si nos dejamos llevar por nuestros pensamientos sin considerar las consecuencias, podemos cometer errores graves. La Escritura nos exhorta a no confiar solo en nuestros propios planes, sino a buscar el consejo de otros y, sobre todo, a seguir los planes de Dios.
Proverbios 15:22; 22 Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; Mas en la multitud de consejeros se afirman.
Esto nos enseña que, antes de emprender cualquier acción, es fundamental contar con una guía sabia.
Proverbios 19:21; 21 Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; Mas el consejo de Jehová permanecerá.
Confiar en Dios y en Sus planes es esencial para evitar tropezar con errores que podrían llevar a la destrucción espiritual. La prisa por obtener resultados sin esperar el tiempo de Dios representa otro peligro, como lo destaca la experiencia de Dina.
Proverbios 21:5; 5 Los pensamientos del solícito ciertamente van á abundancia; Mas todo presuroso, indefectiblemente á pobreza.
La prisa nos impulsa a tomar atajos que no están en los planes de Dios, y a menudo estas acciones nos alejan de Su voluntad. La Escritura nos enseña que, cuando la Iglesia está unida y los creyentes perseveran en la enseñanza, la comunión, la oración y el amor, las bendiciones de Dios fluyen, haciéndola estable y capaz de resistir los ataques del enemigo.
Hechos 2:41-47; 41 Así que, los que recibieron su palabra, fueron bautizados: y fueron añadidas á ellos aquel día como tres mil personas. 42 Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones. 43 Y toda persona tenía temor: y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. 44 Y todos los que creían estaban juntos; y tenían todas las cosas comunes; 45 Y vendían las posesiones, y las haciendas, y repartíanlas á todos, como cada uno había menester. 46 Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y con sencillez de corazón, 47 Alabando á Dios, y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día á la iglesia los que habían de ser salvos.
Esta unidad en la Iglesia impide que el diablo divida a los creyentes, porque cuando estamos unidos, somos fuertes y capaces de resistir sus tentaciones. Permanecer unidos en la Iglesia, perseverando en la oración, la comunión y el amor mutuo, es fundamental para nuestro crecimiento espiritual y para triunfar sobre toda fuerza maligna. Es a través de este espíritu de unidad que glorificamos a Dios, permitiendo que Su poder se manifieste en la Iglesia.