La Importancia de la Alabanza y la Adoración

 

PREDICACIÓN DEL 27 DE OCTUBRE DE 2024:

Mentor Marco Vittorio

 

LA IMPORTANCIA DE LA ALABANZA Y LA ADORACIÓN

 

En el servicio de adoración de esta semana, hablaremos de un tema fundamental para nuestra vida: “La Importancia de la Alabanza y la Adoración”. Alabar y adorar a Dios son pilares fundamentales para cada cristiano, y deben formar parte de nuestra vida diaria, sin limitarse a un momento en el que cantamos, sino convirtiéndose en una práctica continua y constante en nuestra vida. ¿Qué significa todo esto? No es necesario cantar a Dios todo el día, ya que adorarlo no se reduce solo a eso; por lo tanto, exploraremos el significado de alabar y adorar a Dios. Cada vez que seguimos la voluntad de Dios, elegimos la verdad en lugar de una mentira o actuamos en acuerdo con Su voluntad, estamos adorando a Dios. Así que alabar y adorar no son solo un momento de oración, sino un estilo de vida que debemos cultivar cada día. El tema de la alabanza y la adoración es extenso en la Biblia y probablemente necesitaríamos más encuentros para tratarlo en profundidad, pero trataremos de enfocarnos en lo que Dios quiere decirnos. Es fundamental comprender que, aunque la alabanza y la adoración están conectadas, no son lo mismo; de hecho, alabar a Dios y adorarlo representan dos aspectos diferentes, pero uno inevitablemente lleva al otro. Podríamos decir que la alabanza es lo que ofrecemos a Dios, algo que sube de la tierra al cielo, mientras que la adoración es algo que realizamos interiormente. La alabanza nos coloca en la posición adecuada para entrar en una adoración profunda hacia Dios, sirviendo como una herramienta que abre el camino hacia una comunión íntima con Él.

Salmos 29:2; 2 Dad á Jehová la gloria debida á su nombre: Humillaos á Jehová en el glorioso santuario.

Debemos darle a Dios el valor adecuado y la gloria que se merece Su nombre, pues a menudo nos limitamos a verlo como un dispensador de nuestras necesidades, cuando Dios es mucho más que eso. Dios se reveló a Moisés como el que Es, diciendo: “Yo soy el que soy”; Él no necesita ser definido de ninguna manera, siendo el autoexistente y autosuficiente: antes de Él nada existe, y no necesita de nosotros para existir. Dios existe independientemente de nuestras circunstancias y siempre será autosuficiente; cuando alabamos a Dios, encontramos al que es suficiente en todas nuestras insuficiencias. La palabra "alabanza" aparece 263 veces en la Biblia, destacando la importancia de alabar a Dios, que para los judíos significa cantarle en Su honor, exaltarlo y bendecirlo con palabras, cantos y gestos. Alabar a Dios puede expresarse a través de palabras y gestos, como aplaudir, gritar, clamar o levantar las manos en señal de entrega, una manera de decir “Señor, aquí estoy y me rindo a Ti,” porque la alabanza no es solo una expresión de la boca, sino también una acción de nuestro cuerpo. No levantamos las manos para que otros nos vean o para mostrar que estamos orando; cuando lo hacemos, estamos diciendo: “Padre, me rindo a Ti, toma el control de mi vida.” La alabanza es unidireccional, un monólogo que ofrecemos a Dios, no una relación recíproca; proviene enteramente de nosotros hacia Él. Dios no nos alaba; somos nosotros quienes lo alabamos, y es un acto que parte de nuestro corazón para exaltar los atributos inmutables de Dios. La alabanza celebra la eternidad y la inmutabilidad de Dios, el Eterno que no cambia; aunque los tiempos, las estaciones y las circunstancias cambian, Él siempre permanece igual, demostrando que Su inmutabilidad no significa ser “antiguo”, sino más bien constante en la variación de las situaciones. Cuando alabamos a Dios, en cierto sentido le estamos dando el permiso de transformar lo que ha cambiado en nosotros, reconociendo que, a pesar de los cambios en nuestra vida, Él sigue siendo quien transforma nuestras circunstancias. Alabando al Inmutable, quien siempre ha sido nuestra sanación, nuestra provisión y nuestro proveedor, estamos declarando: “Tú eres mi sanación”. Al principio, no estábamos destinados a enfermedades, pobreza o sufrimientos; luego algo cambió en el ser humano, pero Dios siempre se mantuvo igual, listo para transformar lo que ha cambiado en nosotros, como nuestra enfermedad y nuestra carencia, además de todo lo que nos aflige. Alabamos a Dios por quien Él es: nuestra salvación, sanación, provisión, victoria y el que reina soberano; cuando lo hacemos, estamos diciendo: “Señor, deseo que lo que Tú eres se realice en mi vida”. Cuando lo alabamos, expresamos en fe lo que llegaremos a ser y lo que recibiremos; nuestra alabanza tiene el poder de cambiar la atmósfera de nuestra vida, transformar circunstancias difíciles, romper cadenas y modificar cada situación. A veces nos dirigimos a Dios solo cuando las cosas van mal, cuando estamos en dificultades, y nos presentamos ante Él llorando, quejándonos y buscando comprensión, pero el salmista nos enseña que debemos entrar en la presencia de Dios con fe.

Salmos 100:1-5; 1 CANTAD alegres á Dios, habitantes de toda la tierra. 2 Servid á Jehová con alegría: Venid ante su acatamiento con regocijo. 3 Reconoced que Jehová él es Dios: El nos hizo, y no nosotros á nosotros mismos. Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. 4 Entrad por sus puertas con reconocimiento, Por sus atrios con alabanza: Alabadle, bendecid su nombre. 5 Porque Jehová es bueno: para siempre es su misericordia, Y su verdad por todas las generaciones.

Cuando entramos en la presencia de Dios, no debemos hacerlo con tristeza o desánimo, sino con alegría y gratitud, enfocándonos no en el problema, sino en la solución: Dios, el que puede resolver cada dificultad. Si Dios nos ha puesto en esta tierra, no es para abandonarnos; Él cuida de nuestras vidas y de nuestra existencia, y cuando entramos en Su presencia, estamos llamados a hacerlo con acción de gracias, ya que esto es algo poderoso para nuestras vidas. La palabra "benignidad" utilizada en el texto está conectada a un concepto profundo: "Porque el Eterno es bueno; su benignidad dura para siempre y su fidelidad por todas las generaciones". En hebreo, el término "benignidad" tiene un significado especial, similar a "Eshed", que representa la pasión de Dios, una pasión que no tiene en cuenta el costo. Pensemos en cuánto nos ha amado Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Él dio lo mejor de sí mismo sin escatimar; su benignidad, infinita y sin límites, es la del Eterno en quien creemos, el Dios que nos ama con un amor eterno, a diferencia de muchas cosas en nuestra vida que solo duran un tiempo. Siempre podemos acceder al Eshed de Dios, a Su pasión ilimitada, sin que Él nos falte en nada. Si Dios ha dado lo más precioso, Su Hijo unigénito, ¿cómo podría negarnos otras cosas? A veces nos preguntamos si Dios nos dará lo que necesitamos, pero dado que ya nos ha dado lo máximo, cada solicitud se vuelve secundaria a este don. Dios nunca se echará atrás, pero debemos preguntarnos con qué actitud entramos en Su presencia. ¿Entramos con fe o con desánimo? ¿Entramos con alegría y agradecimiento, esperando grandes cosas? Recuerda que el agradecimiento tiene un poder sobrenatural sobre nuestras vidas. Hoy, lamentablemente, muchos dan todo por sentado, incluso en la Iglesia, y parece que todo nos es debido, pero Dios nos llama a entrar con un corazón agradecido. El agradecimiento es un acto de reconocimiento por lo que hemos recibido, y al reconocer a Dios como nuestro proveedor, desencadenamos un ciclo de bendiciones. Reconocer significa decir: “Padre, te reconozco por lo que me has dado, y este corazón agradecido está listo para el próximo nivel, para el próximo milagro.”

Proverbios 3:6; 6 Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas.

El problema de muchos es que no reconocen lo que Dios ha hecho en sus vidas y se atribuyen la gloria. ¿A quién le estamos dando la gloria? La Biblia dice que lo reconozcamos en todos nuestros caminos, no solo en el trabajo, sino en todo. En los Salmos leemos: "Él nos hizo y nosotros somos suyos; somos su pueblo y el rebaño de su prado," por eso nuestro agradecimiento debe dirigirse en tres direcciones: pasado, presente y futuro. Debemos recordar de dónde nos ha sacado Dios, para no olvidar de dónde venimos, así permaneceremos humildes y reconoceremos que todo lo que somos es mérito suyo. Agradecemos a Dios por lo que hizo ayer y por lo que está haciendo hoy, sin dar nada por sentado: Él ha sido y siempre será nuestro proveedor. Cuando enfrentamos dificultades o enfermedades, no debemos pensar que todo nos es debido; Dios es nuestro sanador y el que puede transformar nuestras circunstancias. Si dejamos de agradecerle y reconocerlo, comenzamos a elevarnos en su lugar. Continuamos agradeciéndole también por nuestro futuro, confiando en que no dejará de cuidar de nosotros, porque el agradecimiento por el futuro es un gran acto de fe: como dice la Biblia, “Entren por sus puertas con acción de gracias” (Salmo 100:4). Cuando agradecemos, estamos diciendo: "Creo, te agradezco desde ahora, porque estoy seguro de que recibiré lo que te estoy pidiendo". Agradecer por anticipado significa creer con todo el corazón y sellar nuestra petición como si ya se hubiera realizado; en cualquier caso, es un acto de fe que activa un ciclo de bendiciones en nuestras vidas. El agradecimiento es el imán que atrae la bendición y abre las puertas del cielo; de hecho, Dios, al ver un corazón agradecido, dice: “Puedo continuar con él, porque no se eleva y reconoce mi obra en su vida". Mientras que el agradecimiento atrae bendiciones, quejarse abre las puertas a la maldición, porque quejarse significa alinearse con el enemigo en lugar de con Dios; por esta razón, no deberíamos quejarnos, sino agradecer, incluso cuando las circunstancias son difíciles. Debemos agradecer no por lo que vemos, sino porque alabamos a Dios y nos elevamos en los lugares celestiales donde todo se ha cumplido. El agradecimiento es una señal de humildad: reconocemos que es solo por la gracia de Dios que tenemos todo. La Biblia conecta estrechamente el agradecimiento y la alabanza, como leemos en los Salmos:

Salmos 116:17; 17 Te ofreceré sacrificio de alabanza, E invocaré el nombre de Jehová.

Agradecer puede ser un sacrificio, porque cuando agradecemos, morimos a nosotros mismos y reconocemos que Dios es soberano, que requiere de nosotros un sacrificio de alabanza y agradecimiento.

Éxodo 20:24; 24 Altar de tierra harás para mí, y sacrificarás sobre él tus holocaustos y tus pacíficos, tus ovejas y tus vacas: en cualquier lugar donde yo hiciere que esté la memoria de mi nombre, vendré á ti, y te bendeciré.

Cada vez que el nombre de Dios es recordado con agradecimiento, Él responde bendiciéndonos, creando un ciclo de bendición continua.

2°Crónicas 33:16; 16 Empero el pueblo aun sacrificaba en los altos, bien que á Jehová su Dios.

Dios requiere un sacrificio de alabanza y agradecimiento porque, al alabarlo a pesar de las circunstancias, declaramos al enemigo que nuestra confianza está firme en Él y no en lo que nos sucede; siempre estará dirigida a nuestro Dios. La alabanza es el mayor antidepresivo espiritual. Como dice el salmista David en el Salmo 146:1-10, él le ordena a su alma alabar al Señor: “Alaba al Señor, oh alma mía... alabaré al Señor mientras viva.” David no se dejaba guiar por los sentimientos, sino que dirigía su alma a Dios, diciendo: “No confíes en príncipes... Bienaventurado el que tiene por ayuda al Dios de Jacob” (Salmo 146:3-5). Nuestra alabanza nos introduce en una profunda adoración, purificándonos de todo lo que obstaculiza nuestra entrada en Su presencia. En la alabanza, comenzamos a sacudir nuestros pensamientos y cargas, haciéndonos adaptables a la presencia de Dios. La alabanza es una ofrenda unidireccional que sube de la tierra hacia el cielo y puede ser compartida, mientras que la adoración es un momento íntimo y personal, un encuentro único entre cada uno de nosotros y Dios. Los grandes hombres de Dios en la Biblia tuvieron momentos profundos de adoración, donde estaban solos con Dios. En la adoración, no solo damos, sino que hay un intercambio en el que Dios habla y actúa en nuestras vidas, y el nivel más alto de adoración se alcanza en el silencio, cuando le damos espacio para hablar. A menudo deseamos dar a Dios, pero olvidamos que Él también desea darnos algo. La adoración es un momento de profundo descanso, una entrega a Su presencia, donde Dios nos recibe con los brazos abiertos, diciendo: “Hijo, ven, te estaba esperando; quiero estar contigo, sanar tu corazón, darte paz y hablar a tu vida.” La palabra "adoración" se menciona 188 veces en la Biblia y, en el Antiguo Testamento, indica el acto de inclinarse, postrarse y mostrar obediencia. La obediencia siempre está vinculada a la adoración: no podemos adorar a Dios y vivir en desobediencia. La adoración implica reverencia y temor de Dios, no miedo, sino un profundo respeto. Jesús mismo nos invita a entrar en intimidad con el Padre cerrando la puerta de nuestra habitación (Mateo 6:6), dejando fuera toda distracción. No podemos entrar en adoración y distraernos con el celular o pensamientos secundarios; eso no sería reverencia. En el Nuevo Testamento, adorar significa acercarse para besar, reflejando una cercanía aún más profunda. Entramos en la adoración como hijos de Dios, con una intimidad tal que nos sentimos acogidos y abrazados por Él, como el padre que abraza al hijo pródigo (Lucas 15:20). La alabanza puede ser comunitaria, pero la adoración es una conexión íntima con Dios. Debemos entrar a la iglesia sin preocuparnos por los demás, alabando y adorando a Dios con libertad. La verdadera adoración nos lleva a un lugar donde puede suceder cualquier cosa, a un nivel espiritual más allá del tiempo y las circunstancias.

Juan 4:23; 23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que adoren.

Cuando adoramos a Dios, salimos del tiempo presente y nos elevamos en el espíritu, más allá de las limitaciones terrenales, donde todo es posible. En este estado de profunda adoración, la realidad espiritual se vuelve más intensa que la realidad natural, como lo testimonian experiencias personales en las que nos hemos sentido completamente inmersos en la presencia de Dios. Dios está haciendo un llamado para encontrar verdaderos adoradores, aquellos que buscan al Padre con todo su corazón. El autor de la carta a los Hebreos nos insta a acercarnos a Dios con confianza, seguros de que Él desea manifestarse en nuestras vidas.

Hebreos 4:16; 16 Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro.

Cerremos diciendo que la alabanza y la adoración son herramientas poderosas que nos permiten entrar en la presencia de Dios, liberándonos del peso de las dificultades y trayendo luz a nuestras vidas. Además, no son simplemente expresiones de fe, sino un verdadero estilo de vida que nos acerca cada vez más a la presencia de Dios y nos permite experimentar Su bondad y fidelidad.

 

 

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