La Transición a la última gloria 2ª Parte
PREDICACIÓN EL 06 DE OCTUBRE DE 2024:
Pastor Antonio Russo
LA TRANSICIÓN A LA ÚLTIMA GLORIA 2ª Parte
La semana pasada comenzamos a hablar sobre la transición hacia la última gloria, haciendo referencia a un pasaje del libro de los profetas que afirma que la gloria de los últimos tiempos será mayor que la gloria del primer templo. Nosotros creemos firmemente que esta es la gloria que Dios desea revelar en Su Iglesia, descrita como el templo del Espíritu Santo. Esta convicción nos lleva a afirmar que somos "el templo de Dios", llamados a manifestar una gloria mayor que la experimentada en tiempos pasados. La gloria que se manifestó en tiempos de Salomón, cuya magnificencia se describe en la Biblia, será superada por la gloria que se manifestará en nuestras vidas, una gloria incomparable para la cual debemos prepararnos con dedicación y reverencia. Sin embargo, antes de recibir esta manifestación, es importante hacer una reflexión: el miércoles 2 de octubre se celebró Rosh Hashaná, el año nuevo judío, que marca el inicio del año 5785 según el calendario judío, el calendario eterno de Dios. En los diez días que siguen al Año Nuevo judío, nos acercamos a Yom Kipur, el Día de la Expiación, donde Dios ordena a Su pueblo que se prepare para la purificación y para recibir el perdón. Según la Torá, durante Yom Kipur el sumo sacerdote debía tomar dos cabras: sobre una imponía las manos, mientras que la otra era sacrificada. La ofrenda de la sangre de la cabra era presentada ante Dios como expiación por el pueblo, mientras que la cabra sobre la que se colocaban simbólicamente los pecados del pueblo era llevada a un lugar desolado, a unos 10-15 kilómetros de Jerusalén, donde se confesaban los pecados y el animal era abandonado en el desierto. Este sacrificio ocurría una vez al año, y el pueblo tenía que esperar ese momento para recibir la purificación. Pero hoy, gracias a Jesús, ya no estamos obligados a permanecer en un estado de pecado durante todo un año: podemos recibir el perdón cada día. De hecho, Jesús representó tanto la cabra que fue sacrificada, con Su sangre ofrecida a Dios, como la cabra que cargó con nuestros pecados, como afirma la Biblia: "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29). En Cristo, nos hemos convertido en nuevas criaturas, y las cosas viejas han pasado (2 Corintios 5:17). Esto significa que Dios no simplemente nos "reparó", sino que nos hizo algo completamente nuevo. Por esta razón, debemos honrar Su presencia en nuestras vidas y vivir en consecuencia. La pregunta que nos hacemos es: ¿por qué Dios aún no ha derramado la última gloria en la Iglesia? Porque Dios es misericordioso y sabe que si derramara la gloria ahora, no todos podrían soportarla. De hecho, el tema que estamos abordando en este período nos invita a una transición hacia la gloria de Dios, pero también resalta la necesidad de crecer espiritualmente, pasando de la leche espiritual a los alimentos sólidos, para que nuestras vidas puedan producir cambios y transformaciones duraderas.
1°Pedro 4:17; 17 Porque es tiempo de que el juicio comience de la casa de Dios: y si primero comienza por nosotros, ¿qué será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?
Esto nos recuerda que el juicio es un acto de purificación, y la Iglesia debe liberarse de la negatividad interna para poder recibir la gloria. Yom Kipur nos exhorta a realizar esta renovación interior, así como la historia de Josué y Caleb nos enseña que la obediencia trae una aceleración hacia las promesas de Dios. Hoy, a pesar de las dificultades en el mundo, nosotros podemos vivir en la esperanza de la gloria de Dios, porque sabemos que ya hemos vencido a través de Cristo y somos más que vencedores (Romanos 8:37). Ser parte de esta transición requiere una purificación del corazón y de nuestras motivaciones, para que nuestro servicio a Dios sea auténtico y puro. Ahora nos detendremos en un tema importante, que representa otro paso hacia la transición a la última gloria: la familiaridad, una actitud que conduce al desprecio. Cuando nos volvemos familiares con Dios y con las cosas de Dios, comenzamos a despreciarlas; por eso, debemos siempre mantener respeto y honor hacia ellas. Un ejemplo bíblico de esto es cuando Jesús regresó a Nazaret. En Marcos 6:1-6, leemos que cuando Jesús comenzó a enseñar en la sinagoga, muchos se escandalizaron y no creyeron en Él, diciendo: "¿No es este el carpintero? ¿No es este el hijo de María?" Su familiaridad los llevó a la incredulidad, porque no vieron en Él lo que realmente era; por eso, Jesús respondió: "Ningún profeta es deshonrado sino en su propia patria", y tal familiaridad limitó Su capacidad de hacer milagros en ese lugar. El honor es fundamental; Dios nos pide que respetemos a aquellos que tienen autoridad espiritual sobre nosotros.
Malaquías 1:6-7; 6 El hijo honra al padre, y el siervo á su señor: si pues soy yo padre, ¿qué es de mi honra? y si soy señor, ¿qué es de mi temor?, dice Jehová de los ejércitos á vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? 7 Que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos amancillado? En que decís: La mesa de Jehová es despreciable.
Hoy, en nuestra cultura, hemos perdido el honor y el respeto hacia Dios y las cosas sagradas, y los lazos familiares ya no se consideran importantes; sin embargo, honrarLo nos lleva a ser bendecidos. Él desea que nos cuidemos de la familiaridad, porque nos ha dado lo mejor, y nosotros debemos responder dándole lo mejor de nosotros. En este contexto, también debemos reconocer la gracia de Dios en nuestra vida, que nunca debe ser tomada a la ligera. No podemos pensar que, porque estamos bajo la gracia, podemos pecar libremente; esto es hipergrazia, que no es una doctrina bíblica, ya que la gracia es una persona, y esa persona es Jesús. La gracia nos llama a vivir una vida santa y consagrada, pero cuando se considera como una oportunidad para pecar, despreciamos Su obra.
1°Tesalonicenses 2:13; 13 Por lo cual, también nosotros damos gracias á Dios sin cesar, de que habiendo recibido la palabra de Dios que oísteis de nosotros, recibisteis no palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, el cual obra en vosotros los que creísteis.
La Palabra nos guía y nos transforma, y es fundamental recibirla con honor, reconociendo su origen divino, sin tratarla con superficialidad, porque no es palabra de hombre, sino la Palabra de Dios, y merece nuestro máximo respeto. Otro aspecto crucial de nuestro camino de fe es el honor hacia las autoridades espirituales que Dios ha puesto en nuestras vidas para guiarnos, como líderes y pastores. Cuando despreciamos a nuestros responsables, no solo deshonramos a Dios, sino que también ponemos en riesgo nuestro crecimiento espiritual, ya que las autoridades espirituales son instrumentos que Él utiliza para comunicar Su voluntad y para impartir bendiciones.
Hebreos 13:17; 17 Obedeced á vuestros pastores, y sujetaos á ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como aquellos que han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no gimiendo; porque esto no os es útil.
Este versículo subraya la importancia de someternos a aquellos que Dios ha puesto como guías espirituales, quienes, a pesar de ser seres humanos con sus propias debilidades, han sido ungidos por Dios para una tarea específica. Por esta razón, es fundamental mantener una actitud de respeto y consideración hacia ellos sin llegar a la familiaridad. Sabéis, los pastores, como ministros de Dios, son conscientes del manto que Dios ha puesto sobre sus vidas; ese manto, un regalo precioso y una extensión de Su autoridad, debe ser extendido sobre la Iglesia, pero sigue perteneciendo a Dios. El manto que Dios ha dado al ministro responde a la ley espiritual de pedir y recibir: si ponemos expectativas y fe en ese manto, podemos recibir de las bendiciones y de la unción que Dios ha puesto en él; al contrario, si no pedimos y no tenemos expectativas, no recibimos nada. Por eso es importante evitar la familiaridad con nuestros pastores y líderes espirituales, porque puede llevarnos a dejar de recibir. Si nos acostumbramos demasiado a su papel y comenzamos a ver sus enseñanzas como simples opiniones o experiencias personales, perdemos el respeto y la capacidad de recibir de la Palabra de Dios que nos transmiten. Debemos recordar que el manto puesto sobre los ministros es un don que Dios utiliza para bendecirnos y guiarnos. En Génesis 9:21-25, la Biblia nos da un ejemplo significativo sobre la familiaridad y el honor a partir de un incidente con Noé. Después de sobrevivir al diluvio, Noé se embriagó y quedó desnudo en su tienda. Uno de sus hijos, Cam, lo vio y fue a contárselo a sus hermanos. Sin embargo, Sem y Jafet reaccionaron de manera diferente: tomaron un manto, caminaron de espaldas para no ver la desnudez de su padre y lo cubrieron. Este acto representa la decisión de honrar y respetar la humanidad y debilidades de su padre sin exponerlo al desprecio. Este ejemplo debe servirnos de advertencia, porque la conducta diferente de los hermanos resultó en maldición para el que se burló de su padre y bendición para los otros dos, que cubrieron la debilidad y humanidad de su padre. En este tiempo de preparación, debemos centrarnos en la purificación de nuestras vidas, porque el pecado puede infiltrarse de maneras sutiles e imperceptibles, y debemos estar atentos para no dar espacio a estas influencias negativas.
Santiago 4:8; 8 Allegaos á Dios, y él se allegará á vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros de doblado ánimo, purificad los corazones.
Esto nos recuerda la importancia de acercarnos a Dios con sinceridad y pureza, examinando nuestros corazones y nuestras intenciones, y asegurándonos de estar alineados con Su voluntad. Dios quiere purificar nuestro corazón y nos da una palabra fuerte que nos desafía, porque, como está escrito en los Salmos: "Envió Su palabra y los sanó", y por eso nos hace un gran bien.
Salmo 119:11; 11 En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti.
Cuando pensamos que la palabra que escuchamos es dura y fuerte, esto también es familiaridad, porque cuando Dios nos habla, lo hace porque nos ama; de hecho, debemos comprender que, a pesar de nosotros mismos, Él continúa hablándonos. La purificación es un proceso continuo en la vida del cristiano; es necesario acudir constantemente a Dios en oración, pidiendo perdón y purificación. La confesión de pecados es una parte fundamental de nuestra relación con Dios, y es la Biblia la que nos lo asegura:
1°Juan 1:9; 9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.
Esto nos anima a no esconder nuestros pecados, sino a presentarlos ante Dios con humildad. La purificación no es solo un acto individual, sino también comunitario; como Iglesia, debemos apoyarnos mutuamente en el crecimiento espiritual, animando e inspirando a los demás a buscar la santidad y el crecimiento en Cristo.
Gálatas 6:1; 1 HERMANOS, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote á ti mismo, porque tú no seas también tentado.
Este versículo nos invita a ser amables y a apoyar a aquellos que están luchando con el pecado, para que la comunidad se convierta en un lugar de crecimiento y ayuda mutua. Debemos estar dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros y a orar los unos por los otros. La oración es una herramienta poderosa que Dios usa para transformar vidas, porque cuando oramos por los demás, practicamos el amor de Cristo y creamos lazos de apoyo en la fe. Debemos buscar y, más importante aún, desear ser una Iglesia que honra a Dios y se prepara para Su gloria. Nuestro crecimiento espiritual y nuestra transición hacia la última gloria requieren una actitud de obediencia, purificación y respeto hacia Dios y los demás. Por lo tanto, debemos examinar nuestras vidas, considerar nuestras motivaciones y asegurarnos de no caer en la trampa de la familiaridad. Es una oportunidad para renovar nuestro compromiso con Dios y prepararnos para la manifestación de Su gloria. En última instancia, la transición hacia la última gloria es un viaje que requiere preparación y dedicación, porque estamos llamados a ser instrumentos de gloria, a llevar la luz de Cristo al mundo y a testificar de Su amor y gracia. Por lo tanto, debemos caminar con respeto y honor, no solo hacia Dios, sino también hacia las personas que Él ha puesto en nuestras vidas, para que podamos crecer y recibir las bendiciones que Él ha prometido. Concluimos diciendo que Dios desea que consideremos cuatro aspectos fundamentales de nuestra vida espiritual.
Primer aspecto: Debemos reconocer las áreas de nuestras vidas en las que hemos perdido las motivaciones iniciales en nuestro camino de fe, porque cuando nos acercamos a Jesús, prometimos servirle con todo nuestro corazón; sin embargo, al ver nuestra humanidad y la de los demás, nos hemos echado atrás. Es esencial pedir a Dios que nos revele si nos hemos alejado de nuestro llamado y renovar nuestra pasión por Él, porque incluso con años de fe a nuestras espaldas, necesitamos un encuentro personal diario con Dios y reflexionar sobre nuestras motivaciones.
Segundo aspecto: Debemos ser conscientes de la tentación de quejarnos y murmurar contra nuestros hermanos y el pastor, ya que estas palabras pueden dañar nuestro espíritu y nuestra comunidad, alejándonos de la alegría y la gratitud. Por lo tanto, debemos comprometernos a construir relaciones positivas y considerar si nuestras palabras traen vida o muerte.
Tercer aspecto: Es importante reconocer si nos hemos familiarizado demasiado con Dios, Su Palabra y la comunidad, ya que esto puede hacernos perder de vista la sacralidad de nuestras relaciones. En tales casos, debemos pedir perdón a Dios y renovar nuestro compromiso, tratando nuestra conexión tanto con Él como con los demás con seriedad y respeto.
Cuarto aspecto: Es tiempo de examinarnos a nosotros mismos, como nos exhorta la Biblia, porque es fácil juzgar a los demás, pero lo que realmente importa es nuestra condición interior. La Palabra dice que si tenemos una ofrenda que presentar a Dios, primero debemos reconciliarnos con nuestros hermanos. Por lo tanto, necesitamos detenernos a reflexionar sobre las relaciones que requieren reconciliación y actuar en consecuencia. Esta es una manera de manifestar el deseo de ser una comunidad que honra a Dios y que se compromete a vivir en integridad y amor mutuo. Pidamos al Señor que nos ayude a mantener vivas nuestras motivaciones, a hablar bien de los demás, a permanecer humildes y a examinar nuestros corazones, ya que solo así podemos acercarnos a la gloria que Él desea revelar a través de nosotros.