Suficiente amor y bondad

 

 

PREDICACIÓN DEL 22 DE SEPTIEMBRE DE 2024:

Doctor Francesco Puccio

 

SUFICIENTE AMOR Y BONDAD

 

Comencemos reflexionando sobre el mensaje que se nos transmite hoy: el despertar espiritual que Dios desea ver en nuestras vidas, en nuestras familias y en nuestra ciudad. Este despertar no es solo un movimiento exterior, sino una transformación profunda que debe comenzar en nuestro corazón. Dios nos llama a prepararnos y a preparar los cuneros para recibir a Sus hijos, porque en Su gran plan Él desea ver nuestras comunidades florecer, pero todo comienza con nuestra disposición a prepararnos. Dios no enviará niños donde no haya cuneros listos, donde no haya orden, donde el terreno no haya sido labrado y purificado. Los cuneros, que representan nuestras vidas, deben ser cuidados por quienes son capaces de hacerlo, y estamos llamados a esta responsabilidad. Si queremos ser protagonistas de un despertar, debemos empezar por cuidar de nosotros mismos, lo que significa mirar con honestidad en nuestras almas, reconocer las áreas en las que necesitamos sanación y crecimiento, y permitir que el Espíritu Santo trabaje en nosotros. La Palabra de Dios nos habla de bondad y amor, y estamos llamados a manifestar esta bondad y amor en nuestra vida diaria, en nuestras familias y en nuestras relaciones. No podemos esperar ver un cambio a nuestro alrededor si no estamos dispuestos a cambiar dentro de nosotros. Dios es paciente, pero también es claro en Su invitación: el despertar espiritual comienza con nuestra disposición a ser transformados, a ser renovados en mente y corazón. Solo así seremos capaces de recibir a los hijos que Dios quiere confiarnos y de ser instrumentos de sanación y restauración en la vida de los demás. Cuidar de nosotros mismos no es solo una cuestión personal, sino un acto de amor hacia los demás. Cuando permitimos que Dios trabaje en profundidad en nuestro corazón, nos convertimos en personas más capaces de amar, perdonar y servir. La bondad y el amor no son solo conceptos, sino acciones concretas que reflejan la naturaleza de Dios; cuando estas virtudes se convierten en una parte integral de nuestras vidas, nos convertimos en participantes activos del despertar que Dios está trayendo.

Salmos 136:1; 1 ALABAD á Jehová, porque es bueno; Porque para siempre es su misericordia.

El amor de Dios es eterno e inmutable, y es de este amor perfecto, que abraza y supera cualquier defecto humano, de donde debemos partir; solo debemos preguntarnos si lo hemos realmente comprendido y acogido en nuestras vidas. A menudo confundimos la bondad con el simple cumplimiento de los deseos de los demás o con ofrecer ayuda en momentos de dificultad, pero, aunque estas son acciones nobles, la verdadera bondad, la que viene de Dios, no es un concepto abstracto y superficial. La bondad de Dios va más allá de satisfacer nuestros deseos momentáneos; es una cualidad moral profunda que implica hacer el bien a los demás incluso cuando esto conlleva sacrificio, disciplina y corrección. Estamos llamados a reflexionar: ¿cuánto estamos dispuestos a vivir esta bondad divina en nuestras vidas diarias? Dios nos invita a superar los rencores y amarguras que hemos acumulado, a liberarnos de esos pesos que nos impiden vivir a la luz de la verdad. Si hay guerras en nuestras familias, si hay discusiones, desacuerdos u odio, es allí donde debemos comenzar nuestro proceso de sanación. Perdonar a quienes nos han hecho daño es una elección necesaria, aunque dolorosa; no podemos esperar ver un despertar espiritual sin antes ordenar nuestras vidas y corazones. Dios no puede enviar nuevos creyentes a una comunidad que no está sanada, que aún no ha aprendido a amar y perdonar como Él nos ama. ¿Cómo podemos esperar curar a quienes están llenos de resentimiento si nosotros mismos aún no nos hemos liberado de nuestro resentimiento? Esta es la pregunta crucial que se nos plantea hoy. Cuando hablamos de bondad, estamos hablando de algo muy profundo. La bondad de Dios es la que nos impulsa a desear el bien para los demás, incluso cuando esto requiere corrección y sacrificio. Amar no significa aceptar todo pasivamente, sino buscar lo mejor para la otra persona, incluso si esto conlleva dificultades y sufrimiento a corto plazo, con vistas a un bien mayor y duradero. Este es el verdadero amor, el que no teme enfrentar la verdad, incluso cuando duele. Si miramos hacia atrás en nuestro caminar con Dios, veremos que Su corrección siempre ha sido para nuestro bien. Incluso en los momentos más difíciles, Dios siempre ha trabajado para guiarnos hacia la madurez y el crecimiento espiritual, y debemos estar dispuestos a hacer lo mismo con los demás, con amor y sinceridad, porque es solo en la verdad que se encuentra el verdadero amor.

Hebreos 12:6; 6 Porque el Señor al que ama castiga, Y azota á cualquiera que recibe por hijo.

Así que también debemos estar listos para recibir la corrección de Dios y aceptar el proceso de transformación que Él desea llevar a cabo en nosotros, ya que, aunque pueda parecer difícil y doloroso, la corrección es una señal de Su amor. Así como un padre corrige a su hijo para su propio bien, Dios nos corrige para prepararnos para algo más grande. Debemos reconocer que sin corrección no hay crecimiento; sin permitirnos ser moldeados por las manos de Dios, no podemos madurar ni desarrollar el carácter necesario para ser instrumentos útiles en Su Reino. Dios nos ama demasiado para dejarnos en nuestras debilidades e imperfecciones; Su deseo es vernos crecer y convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, aquella que refleja Su imagen. Por eso, cuando hablamos de despertar espiritual, no podemos ignorar la necesidad de trabajar en nosotros mismos, porque no es solo algo que sucede "alrededor" de nosotros, sino, sobre todo, "dentro" de nosotros. Estamos llamados a ser instrumentos en las manos de Dios y a guiar a los demás llevando luz a las tinieblas, pero ¿cómo podemos hacer esto si no estamos dispuestos a ser transformados primero? ¿Cómo podemos pretender ser guardianes de los cuneros, recibir a los nuevos creyentes, si nosotros mismos no estamos listos? La transformación que deseamos ver en nuestra ciudad, en nuestra comunidad y en nuestras familias debe comenzar con nosotros; no podemos esperar que Dios obre si aún estamos llenos de amargura, resentimiento e incapacidad para perdonar, porque estos pesos nos retienen y nos impiden experimentar la plenitud de Su amor y gracia. Debemos mirar a nuestro propio corazón, porque allí es donde comienza el verdadero despertar espiritual; no es solo una cuestión de manifestaciones externas, sino de una profunda purificación interior. Este es el primer paso hacia una transformación auténtica, una transformación que dará frutos no solo en nuestras vidas, sino también en las vidas de quienes nos rodean. Estamos llamados a ser portadores de este cambio, pero todo comienza con nuestros corazones, con nuestra disposición a recibir corrección y abrazar la transformación que Dios quiere realizar en nosotros.

Proverbios 13:24; 24 El que detiene el castigo, á su hijo aborrece: Mas el que lo ama, madruga á castigarlo.

También debemos estar dispuestos a recibir corrección y a crecer en disciplina; no debemos ver esto como un acto de crueldad, sino como una señal profunda de amor. Así como un padre corrige a su hijo por amor y para su bien, Dios nos corrige con el mismo propósito, deseando vernos madurar, crecer en nuestra fe y convertirnos en personas capaces de vivir plenamente de acuerdo a Sus propósitos. Esto significa que debemos recibir la corrección no como un castigo, sino como una oportunidad para mejorar, para transformarnos y avanzar en nuestro camino espiritual. No podemos permitirnos ser espectadores pasivos en este proceso, porque Dios no nos creó para observar nuestra vida pasar sin participación, sino para ser protagonistas activos de nuestra transformación. Él nos llama a hacer un examen de conciencia, a detenernos y mirar dentro de nosotros mismos, reconociendo las sombras que aún habitan en nuestro corazón. ¿Qué nos impide avanzar realmente? ¿Es el resentimiento que llevamos hacia un familiar? ¿Es la amargura que hemos acumulado por una injusticia sufrida? Estas son las preguntas que debemos hacernos, porque si realmente queremos ver el despertar en nuestras vidas y comunidades, debemos estar listos para soltar estos pesos. No podemos esperar que el despertar ocurra mientras seguimos atados a cadenas de resentimiento y enojo, porque el despertar no es solo un movimiento espiritual que sucede alrededor de nosotros, sino un cambio que ocurre dentro de nosotros. Este cambio no puede manifestarse si no estamos dispuestos a perdonar y a liberarnos de lo que nos ata al pasado. El despertar es una liberación, un renacimiento, pero primero debemos dejar ir todo lo que nos pesa y nos impide vivir en la plenitud del amor y la gracia de Dios. La disciplina es otro tema fundamental en nuestro camino de fe, y la disciplina que recibimos de Dios es necesaria para fortalecernos, para prepararnos para dar fruto y para convertirnos en instrumentos en Sus manos. Debemos aceptarla con humildad, sabiendo que Él nunca desea nuestro dolor, sino nuestro crecimiento. Así como un atleta entrena para alcanzar una meta, nosotros también debemos estar dispuestos a soportar la fatiga del proceso, sabiendo que el resultado final será una vida transformada, una vida que refleja la gloria de Dios.

Deuteronomio 8:5; 5 Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre á su hijo, así Jehová tu Dios te castiga.

Ahora vamos al corazón del mensaje, entendiendo que Dios nos corrige porque nos ama profundamente, y que aceptar esta corrección con humildad es esencial para nuestro camino, ya que no se trata solo de un acto de amor paternal, sino de un verdadero proceso de transformación. Dios no quiere que permanezcamos como estamos, sino que nos llama a cambiar, a ser mejores, a superar nuestros límites. Por lo tanto, no podemos quedarnos estáticos, porque la vida cristiana es un camino en continuo devenir, y Dios nos impulsa a mirar nuestras debilidades para trabajarlas, pero no se detiene allí: también nos llama a hacer lo mismo con los demás. Ser buenos no significa ser permisivos o evitar el enfrentamiento, sino tener el coraje de decir la verdad y corregir cuando sea necesario, porque solo así veremos una verdadera transformación en las vidas de quienes nos rodean. Amar no significa aceptar todo pasivamente, sino buscar lo mejor para el otro, incluso si esto requiere dificultades a corto plazo. No podemos esperar que alguien más lo haga por nosotros, porque Dios nos ha llamado a tomar la iniciativa y prepararnos para lo que Él quiere hacer en nuestras vidas. Dios nos ha dado todas las herramientas para ser efectivos en Su Reino, pero depende de nosotros usarlas, porque no podemos conformarnos con lo mínimo; Él nos llama a hacer más, a buscar más, a desear más. Esto requiere esfuerzo, disciplina y, sobre todo, la voluntad de pagar el precio, porque Dios nos ha confiado una responsabilidad: ser Sus representantes en la tierra. Estamos llamados a ser embajadores de Su Reino, pero ¿cómo podemos hacerlo si no estamos dispuestos a ser transformados? Dios nos llama a la perfección, pero esto no significa estar sin defectos; significa estar dispuestos a trabajar en nuestros defectos, a crecer en santidad y a superar nuestros límites. Dios nos ama tanto que no nos deja como estamos, porque Su amor es tan grande que desea vernos madurar, crecer y convertirnos en todo lo que nos ha llamado a ser. Pero este crecimiento no es automático; requiere nuestra participación activa, la aceptación de Su corrección y la disposición a trabajar en nosotros mismos. Ser discípulo de Cristo no es solo cuestión de creer, sino de seguir Su ejemplo, vivir según Sus enseñanzas y permitir que Su Palabra nos transforme. El despertar que Dios quiere ver en nuestra ciudad comienza con nosotros; no podemos esperar a que alguien más lo haga, debemos tomar la iniciativa, prepararnos, cuidar las cunas y acoger a aquellos que Dios nos enviará. Pero primero, debemos sanar nosotros mismos liberándonos del resentimiento, la amargura y el odio, y solo entonces, cuando estemos sanos, podremos ser los instrumentos del despertar que Dios desea ver. Él ya nos ha equipado con todo lo que necesitamos, pero depende de nosotros usar las herramientas que nos ha dado, hacer el trabajo difícil, mirar dentro de nosotros y reconocer nuestros defectos para luego trabajar en ellos. Dios es fiel y llenará las cunas que hemos preparado, pero debemos estar listos y dispuestos a hacer el trabajo necesario para prepararnos; solo entonces veremos el fruto de nuestro trabajo. Concluyamos diciendo que el regreso de Cristo está cerca y el despertar está en marcha, pero depende de nosotros manifestarlo, porque Dios ha hecho Su parte y ahora nos toca a nosotros hacer la nuestra. Si queremos ver nuestra ciudad transformada, primero debemos transformarnos a nosotros mismos. Si queremos ver las cunas llenas, debemos estar listos para cuidarlas. Si queremos ver el despertar, debemos estar dispuestos a hacer el trabajo necesario para prepararlo. Dios está listo, ¿y nosotros?

 

 

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